sábado, 3 de agosto de 2013

Una pequeña historia de alguno de los niños en la calle, estadisticas

TEGUCIGALPA.- Cuando el semáforo se pone en rojo, Mario Gómez (así se identifica) salta a la calle dispuesto a limpiarle el vidrio a una camioneta Mitsubishi Montero. Son las 10:00 de la mañana y el bulevar Juan Pablo II está colapsado por el tráfico. Es un momento de estrés para los conductores pero propicio para los niños que trabajan abajo de los semáforos de Tegucigalpa.
En muchas ocasiones, los familiares o encargados obligan a los menores a salir a las calles a pedir dinero, sin importarles el peligro que estos pueden correr.
Un grito violento frena al menor cuando intenta levantar el parabrisas del Mitsubishi. “No me toqués el carro, cipote. Así dejalo”, le dijo su dueño, un hombre bigotudo con lentes oscuros que iba hablando por teléfono.
Apenas bajó el vidrio de la ventana para regañar al muchacho y lo subió velozmente para evitar cualquier contacto con él.
Como ya está acostumbrado, Mario ni se inmutó y pasó al siguiente carro, un Toyota Turismo, manejado por un muchacho de tez blanca, con el que tuvo suerte. Antes de que el semáforo se pusiera en verde, el pequeño logró limpiar el vidrio frontal y el conductor sacó la mano por la ventana media abierta y le dio dos lempiras.
El semáforo se pone en verde  y Mario vuelve a la acera a esperar que se vuelva a poner en rojo. Así se la pasa. Hay días que recauda hasta 50 lempiras, otros, menos.
UN NÚMERO MÁS
Para las estadísticas, Mario es uno de los tres mil niños que viven en las calles de la capital y de los 2.9 millones de hondureños entre 12-29 años que habitan en Honduras, de un total de ocho millones de personas.
Forma parte también de los dos millones de menores hondureños en riesgo social y del 58% de hogares pobres, según las últimas publicaciones del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA, por  sus siglas en inglés).
Este informe dice también que Mario está entre el 24.1% de los jóvenes entre los 12-18 años que no estudian, ni trabajan. Es posible que tarde o temprano esté entre los 1,517 jóvenes entre los 15-24 años que mueren anualmente, víctimas del crimen común o en el peor de los casos adquirir el VIH-Sida como le sucede al 16% de su grupo.
Él no lo sabe ni le importa. Al caer la noche busca refugio. Unas veces en casa –hogares de la ciudad- o  debajo de un puente, edificios abandonados, los mercados, o simplemente en la acera.
Su historia se parece a la de miles y miles de menores que viven en la calle. Tiene 14 años, aunque su cuerpo es como de ocho. Hace seis años dejó su casa en la colonia “Nueva Capital”, cansado de los pleitos de sus padres.
“No creo que regrese, la calle es mi nuevo hogar”, dice de mala gana, mientras acomoda el dinero recaudado esa mañana. Está rodeado de otros menores que también hacen lo mismo, pero no son amigos.
ABANDONO E INDIFERENCIA
Algo similar le pasa a Israel Aguilar, un menor que fue sacado por el vigilante de una franquicia de comida rápida en el mismo sector del Juan Pablo II. Él duerme en el puente cercano al Estadio Nacional. Mientras se come una hamburguesa que le regaló un cliente a quien no le gustó la acción del vigilante, relata que lleva ocho años viviendo en la calle. Huyó de su hogar porque no le gustaban los malos tratos, ni que su padre golpeara a su mamá. Salió con dos de sus hermanos, pero en el andar se separaron.
Debe tener 15 años. Al hablar de su vida, Israel recuerda las veces que estuvo en los centros del Instituto Hondureño de la Niñez y la Familia (Ihnfa) y reconoce que a veces roba a la gente que pasa cerca de él, especialmente a mujeres desprevenidas. No le gusta hablar de su familia. Cuando se le pregunta por su madre, baja la mirada y cambia el tema.
Algunos pequeños se ven en la obligación de trabajar para poder comprar aunque sea la “tortilla” de cada día. En muchas ocasiones son ignorados.
La mayoría de los menores que viven en la calle pasan de los 14 años, según los expertos. No obstante, la legislación hondureña dice que en tanto tengan menos de 18 años, siguen siendo menores de edad.
Ever Meléndez tiene 13 años y proviene del sur. Duerme en los puestos del mercado San Isidro de Comayagüela. Llegó a la ciudad hace cuatro meses huyendo de la pobreza de sus padres. Trabaja limpiando negocios, hace mandados y hasta cuida los carros que le encargan en alguna acera.
Es escurridizo cuando sabe que lo buscan, desconfiado y no habla mucho. El jovenzuelo cambia su semblante cada vez que se le pregunta por sus padres: “No me acuerdo, además a nadie le importa lo que me pasa”. Y así por el estilo corren las historias de los niños en riesgo social, cada uno con relatos diferentes. Para algunos es mejor limpiar parabrisas que estar en la casa o en la escuela. Muchos ni siquiera terminaron la primaria y las pequeñas se embarazan entre los 14 y 17 años, según las frías estadísticas.

ABUSO EN AUMENTO
A juzgar por los datos oficiales, el coordinador de Incidencias y Proyectos de Casa Alianza, Hubaldo Herrera, confirma que en Honduras hay por lo menos dos millones de niños que viven en riesgo social, traducido en víctimas de abuso sexual, maltrato físico, explotación comercial/laboral, migrantes y en consumo de drogas y vagancia.
A su criterio, las políticas públicas de los últimos 20 años no han logrado impactar en la reducción de este flagelo. Tomando en cuenta que el 52% de la población hondureña es menor de 18 años, para él es fácil deducir: “Por lo menos dos millones de niños y jóvenes viven en condiciones riesgo social”.
Herrera destaca que Casa Alianza atiende unos cinco mil niños en áreas que van desde alimentación, techo, capacitación en oficios, pero admitió que la magnitud del problema rebasa las capacidades tanto de las instituciones no gubernamentales como las del gobierno.  
Esta es la triste realidad que viven miles de niños hondureños en condición de riesgo social. Están más solos que nunca. Al respecto, la Fiscal de la Niñez, Nora Urbina, admite que el estado de la niñez hondureña es precario y es un fenómeno en aumento a juzgar por las denuncias que se presentan diariamente en esa dependencia del Ministerio Público, aunque aclara que no maneja con exactitud cifras oficiales. Sin embargo, cree que el comportamiento de las estadísticas se incrementa año con año.
REALIDAD
En una revisión exhaustiva de la legislación vigente y el rol de las instituciones oficiales y no gubernamentales que trabajan en el tema de la niñez, LA TRIBUNA constató los indicadores negativos que presenta la niñez hondureña en las áreas demográficas, educativas, socioeconómicos, empleo, salud, participación y violencia.
Según el informe 2010 del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), en  Honduras viven ocho millones de personas, de las que un 58%  es  menor de 25 años y de estos un 29%  tiene entre los 12-18 años.
El informe revela que el 24% de este último grupo ni estudia ni trabaja. En  el caso de las mujeres adolescentes, el 66.8%  es víctima de violencia sexual; el 14% después de los 15 años y  un 10.5% antes de los 12.
Por el lado de la educación, las estadísticas castigan también a la niñez hondureña entre los 12-18 años, puesto que el 69.9 estudia y trabaja; 37.6 sólo trabaja; y el 24.1% ni estudia ni trabaja, además de que el 6% es analfabeta.   
Más preocupante es todavía, conforme a la investigación, la caótica situación financiera y el alto grado de politización que viven las instituciones encargadas de velar por el llamado “futuro del país”, como el Instituto Hondureño de la Niñez y la Familia (Ihnfa), Instituto Nacional de la Infancia (Pani) y el Programa de Asignación Familiar con rango de ministerio (Praf).  
RECORTE
La ministra directora del Ihnfa, Suyapa Núñez, admitió el déficit presupuestario para responder a la demanda de protección de los niños en riesgo social, además de la indiferencia de las organizaciones no gubernamentales que reciben fondos externos en nombre de los niños hondureños.
Este año,  agrega, el Congreso Nacional le recortó 24 millones, dejando su presupuesto en 188 millones de lempiras anuales, los que en un 80% lo destina para el pago de sueldos y salarios.
Varios niños para conseguir unas cuantas monedas realizan trabajos donde arriesgan su vida.
“Sin presupuesto es difícil actuar, más en una institución con un rol social muy amplio como la nuestra. Se maneja que existe un medio de niños en riesgo social, esto puede darse más porque la situación de pobreza del país y la desintegración familiar va en aumento, pero el Ihnfa apenas protege unos cuatro mil”, señala.
“Nos proponemos recoger este año unos dos mil niños de la calle y estamos pidiendo la colaboración de las instituciones no gubernamentales para que nos ayuden en este problema, ya que tenemos registradas unas 300 instituciones pero no tienen un papel activo y más bien se les señala que son de maletín”, subrayó la ministra.  
En el caso del Pani la situación financiera es peor. La recién nombrada directora Gladys Suyapa Santos reconoce que no tienen fondos para hacer las transferencias de 12 millones de lempiras mensuales que le corresponde al Ihnfa y a otras entidades del gobierno que trabajan con niños y en la prevención de droga.
Esta institución se autofinancia de la venta de la Lotería Nacional pero la pérdida de mercado frente a las loterías electrónicas y una insaciable burocracia que le consume la mayor parte del presupuesto la tienen al borde del colapso financiero. Por su parte, según las investigaciones, el Praf no tiene programas directos de protección a la niñez en riesgo social, sino que su labor se reduce a entregar bonos en efectivo a las familias sin que logren impactar en la reducción en este flagelo.
DESINTEGRACIÓN
Por si esto fuera poco,  la desintegración familiar es otro fenómeno que está lanzando todos los días más niños a la calle. De acuerdo a la coordinadora de los Juzgados de la Familia de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), Lissien Chiuz, cada siete horas se presenta una demanda de divorcio o de alimentos, dejando al descubierto la situación caótica en los hogares hondureños.  
A los niños en riesgo social no les importa lo que se diga o se haga en nombre de ellos, después de todo su vida no cambia.  Alberto Aguilar tiene 12 años y vende mangos en bolsa en el cruce de la colonia El Prado. Abandonó la escuela porque no le gustaban las tareas y los números, pero es bueno para contar monedas.  El pequeño empieza su trabajo a la hora que quiere y según las ganas que tenga.
En días buenos se lleva hasta 100 lempiras  pero en días malos no vende nada. Con él venden el “Chucky”, “Bemba” y “El Sarco”, tres mozalbetes que se salieron de su casa porque los golpeaban, según cuentan. Han intentado regresar a su casa, en la colonia Miramesí pero en el caso de “Bemba”, la última vez que regresó no soportó la pobreza y la borrachera de su padre. Los tres son adolescentes y afirman  que “no hay mejor madre que la calle”.

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